Quizás no sea la mejor versión de la sociedad del norte, pero no por ello le quita su atractivo, especialmente a la hora de llevarlo a la pantalla grande. Sin preocuparse ante la posible crítica, The Purge hace un uso casi perfecto de ese lado oscuro de parte del pueblo norteamericano y lo explota sin titubeos.
Lo más interesante es que recién en la tercera entrega recurre a recursos netamente propios de su país de origen. En la primera película, si no se hiciera mención explícita de donde transcurren los sucesos, tranquilamente podría desarrollarse en cualquier lugar del mundo, y de la misma manera sucede con su secuela inmediata.
La hasta ahora trilogía, logra formar una saga más que sólida, que con cada nuevo film no ha hecho más que ir expandiendo el propio universo que planteó allá por el año 2013. Quizás uno de los elementos que más han colaborado con aquello, fue la elección de dejar pasar tiempo entre cada una de las películas; un dato peculiar es que los lapsos temporales entre cada una de ellas son iguales a los de su fecha de estreno.
Un recurso más que práctico y que permite a su vez dejar que la evolución en aquel Estados Unidos distópico se genere de manera natural y sin ser forzada por un guión. De esa manera lo que vimos en aquella primera obra interpretada por Ethan Hawke, resulta ser muy distinto a lo que terminarían siendo las otras dos producciones.
La primera purga que tuvimos la posibilidad de ver, fue indudablemente la única en un "estado puro", en donde tanto las víctimas como los victimarios son personas comunes y corrientes, y cuyos únicos objetivos son protegerse y a la vez satisfacer a las bestias que llevan dentro, respectivamente. Incluso se puede observar cierta consideración de parte de los jóvenes de "buena familia y educados" (como ellos mismos se presentan) con la familia Sandin, al ser teóricamente estos últimos partidarios de la purga.
Se dejaba traslucir entre líneas cierta tensión clasista y en mucho menor medida se marcaba también una cuestión racista, pero en aquella primera película el foco se puso sobre lo que era moralmente correcto y lo que no, dejado el resto de las ideas a la intemperie, sin darle demasiada relevancia.
Todo lo contrario sucedió con Anarchy, en donde la purga pasa a ser parte de un escenario completamente político-económico. Y no solo en su enfoque se diferencia, sino que además lo hace con su puesta en escena, donde se deja en el olvido aquella situación con un escenario bien limitado de su predecesora, soltando a los principales referentes de esta nueva cinta en medio de la ciudad.
Un cambio con el que, a pesar de perder el atractivo narrativo que tuvo la original, se genera la posibilidad de tener más acción en pantalla, a su vez que también se exploran más profundamente las repercusiones de la purga de la sociedad; sin mencionar por supuesto, el fanservice visual que ofrece el director para aquellos que gustan del género.
Y finalmente, Election Year, a nivel producción y narración se podría decir que fue una mera copia de su antecesora directa. Sí se diferenció en el plano con el que se abarcaría el argumento, ya que la purga se convirtió en un punto de quiebre no sólo en lo político, sino también en lo racial más que en la diferencia de clases; no creo que haya sido casualidad la ausencia de afroamericanos del lado de los Nuevos Fundadores (los cuales por primera vez se los vio explicitamente en pantalla como un grupo), y que los mercenarios reclutados por aquellos portaran el distintivo de La Confederación en su vestimenta.
Si esto quedará para el recuerdo como una trilogía o si de aquí un tiempo veremos más material, es difícil decirlo a ciencia cierta. Por un lado, el desenlace de Election Year se esfuerza demasiado para darle un cierre con cierto aire a final feliz, pero en las últimas noticias se las ingenia para sembrar una semilla de duda sobre lo que puede llegar a suceder en aquella distopía, por lo que la puerta para una futura secuela ha sido dejada entreabierta.
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